El miedo.
Es muy fuerte.
Más de lo que me gustaría admitir.
Para algunos es el demonio. El mal.
Para otros la envidia.
Para mí es una sensación que te oprime el pecho, que te grita que lo que quieres hacer está mal.
Me pasa cada vez que mando un correo.
Pero Miguel, mandas un correo cada día .
Exacto.
Toda mi vida me han enseñado que equivocarse está mal. Que es malo, que sufre mucho.
Yo le enseño lo contrario a mis hijos.
Y me cuesta la vida, pero sé que es lo correcto.
Les digo que cuando se equivocan es una oportunidad, de aprender.
Joder.
De aprender, de entender que es lo que no está bien y aprender de ello.
Dicen que Einstein dijo que:
No puedes juzgar un pez por como trepa a un árbol.
No sé si es cierto o no pero la lección está ahí.
Tienes que equivocarte.
Yo lo hago todos los días y tengo miedo. No del que te paraliza, del qué dirán.
Hoy lo mismo decides quitarte de este correo.
Me asusta, pero por otro lado sé que si tú no estás listo y tienes miedo, está bien.
Yo tengo mis batallas y tu las tuyas.
Si que te diga la verdad que no quieres oír te da miedo.
Vete.
Te entiendo.
Pero mañana habrá otro correo, que te pondrá contra las cuerdas te hará sentir incómodo. A mí me asusta escribirlo y y a ti leerlo porque sabes que tengo razón.
Cada día salgo a entrenar porque tengo miedo a que sea el último, pero por otro lado sé que si no salgo no me hago ningún favor.
Que vas a elegir?
Miguel.
Ese miedo no se va, pero se puede aprender a convivir con él. Y muchas veces es una señal de que justo ahí es donde merece la pena insistir.
Pienso exactamente eso